Era Pigmalión rey de Chipre y escultor en sus ratos libres, que según la mitología griega, esculpió una hermosa imagen de mujer en mármol. Tan bella era, que se enamoró y le pidió a la diosa Afrodita, que le diera vida. Como no podía ser de otra forma, en aquella época, en la que los dioses escuchaban las plegarias de sus fieles (no como ahora), conmovida por el amor de Pigmalión, Afrodita dio vida a la estatua y la convirtió en la bella Galatea. Y vivieron felices y comieron perdices. Divino el destino que se le tenía reservado a Pigmalión. Hablaba el otro día con una amiga, sobre el poder de las etiquetas en nuestra infancia, y concluíamos medio en serio medio en broma con esa frase de Pedro Navaja (matón de esquina), de que “si naciste para martillo, del cielo te caen los clavos”. Lee su post: pinchando aquí. Qué fuerza tienen esas etiquetas, y más si te las colocan personas con autoridad sobre ti (tus padres, maestros,…). Y qué complicado deshacerte de ellas. Las expectativas que como padres tengamos en nuestros hijos, van a determinar su forma de ser y van a influir en las personas que ellos sean. Porque si te etiquetan de “serio y formal”, ¿cómo vas a dejar de serlo? ¿Cómo vas a ser tan “desleal” con las personas que te quieren, como para dejarte el pelo largo y acanallarte? Y ahí está el secreto. En esa ley de lealtad que como clan, llevamos impresa en nuestros genes. Debemos lealtad al grupo, y eso, implica, aceptar el lugar en el que nos colocan (o dejamos que nos coloquen con nuestros actos). No, no puedes quitarte la etiqueta. No es tan sencillo, porque cada cosa que hagas, servirá para dar razón a los que te etiquetaron. Lo que sí puedes hacer es aceptarla si es justa, agradecerla, porque seguro que algo positivo ha tenido, seguro, y a partir de ahí, empezar a ver que puedes hacer para cambiarla. Porque está claro, que en cuanto te la quites, vendrá alguien que te colocará otra. Y sobre todo, lo que sí puedes hacer, es tener mucho cuidado, con las etiquetas que colocas a los demás. Y más aún, si son tus hijos. Piensa que al igual que Pigmalión, tus creencias, pueden hacerse realidad.
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